jueves, 14 de enero de 2016

Viajar en libertad a través de la infancia

        Nueva York no es sólo Manhattan. Sin embargo, es lo que todo el mundo cree. Tanto que todos piensan que, más allá de los límites fluviales de la isla, Nueva York termina. Sin embargo, tanto al norte, como al sur, como al este de una de las islas más conocidas del mundo se extienden otros barrios que también forman parte de la ciudad. 
       Al sur de Nueva York, concretamente en el barrio de Brooklyn, vive Sara Allen, una niña de diez años. Observadora, inteligente e imaginativa, Sara es una lectora voraz desde que Aurelio, el novio de su abuela y librero de profesión, le regalara el primero de muchos libros. Eso le abre un mundo de posibilidades a su alrededor para una niña que vive en una casa dominada por una madre excesivamente ordenada y temerosa. 


          Casada con Samuel, fontanero de profesión, Vivian Allen vive en una preocupación continua, principalmente en lo que respecta a su madre, la abuela de Sara. Y es que Rebeca Little es el lado opuesto a Vivian. Ex estrella de Broadway (su nombre artístico era Gloria Star), Rebeca es una mujer vivaracha y siempre abierta a cualquier cosa que la vida le pueda ofrecer. A diferencia de su hija, nunca está preocupada por nada y siempre se interesa por todo.


Rebeca vive al otro lado de la ciudad, al norte, en un pequeño barrio que se llama Morgningside. Eso es algo que fastidia mucho a la madre de Sara, porque tiene a su madre muy lejos (antes vivía también en Brooklyn) y porque vive temerosa de que a su edad le pase algo y no pueda estar cerca de ella. Por eso y porque le fastidia tener que hacer un viaje tan largo todas las semanas hasta el norte de Manhattan para ir a ver a su madre.
Sin embargo, para Sara es siempre un día maravilloso. Ella adora estar con su abuela, con la que tiene más en común. Además, puede visitar la isla de los rascacielos. Esa isla que según ella tiene forma de jamón con una espinaca en medio, que es Central Park. Eso, a pesar de que tiene que ir con una madre que no le deja libertad para ver, para visitar, para explorar, para disfrutar de todos los pormenores de un viaje como ella quisiera. No, para su madre todo es peligroso. Para su madre ese viaje sólo es algo que debe hacer todos los sábados y una excusa más para poder preparar una tarta de fresa. Porque si de algo está orgullosa Vivian es d su receta de la tarta de fresa. Tanto que no la comparte con nadie.
Rebeca tiene un mapa de Manhattan y siempre lo estudia con la idea de que algún día podrá visitar la isla sin las ataduras que impone su madre. Y por fin la casualidad posibilita que sus deseos se conviertan en realidad. Rebeca coge una cesta con una tarta de fresa para su abuela, se pone su chubasquero rojo y se embarca en un viaje a través de la ciudad de los rascacielos. Un viaje en el que disfrutará de su libertad y en el que conocerá a Miss Lunatic, una singular mendiga de la que aprenderá grandes cosas, y al enigmático (aunque aparentemente dulce) Edgard Woolf.


Además de las evidentes similitudes y el juego que realiza Martín Gaite con el cuento Caperucita Roja, la historia de Sara Allen tiene varios referentes que casi desde el principio su autora nos da en forma de clave. No en vano el personaje del librero Aurelio Roncali (al que sólo conocemos por medio de otros) le regala a Sara tres libros que le sirven como referente para construir su historia: Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll, Robinson Crusoe de Daniel Defoe y el ya nombrado Caperucita Roja de Charles Perrault.
Y es que, al igual que en el relato de Lewis Carroll, en la historia de Sara Allen también encontramos, entre muchas otras cosas, un viaje a través de un mundo nuevo, una tarta (que no la hace menguar, eso sí) y recibe consejos tanto de su abuela como de Miss Lunatic (a las que se podría asociar con la oruga azul del cuento de Carroll) con la que protagoniza una curiosa merienda. Eso sin contar las referencias que se realizan directamente tanto a esta historia como a su continuación en el relato de Martín Gaite.

“Pensaba en él -Aurelio- muchas veces, con esa mezcla de emoción y curiosidad que despiertan en nuestra alma los personajes con los que nunca hemos hablado y cuya historia se nos antoja misteriosa. Como el sombrerero de Alicia en el país de las maravillas, como la estatua de la Libertad, como Robinson al llegar a la isla.”

“-¿Has oído a la abuela, Cloud? Diez minutos han pasado nada más. Parece imposible lo que cabe en sólo diez minutos. Si no fueras tan ignorante, si fueras el gato de Cheshire, podríamos hablar de cómo se estira el tiempo algunas veces. ¿Ronroneas, eh? Bueno, eres tonto, pero cariñoso. Y además tienes el pelo muy suavecito, ésa es la verdad.”

   Robinson Crusoe también está muy presente en esta historia. La propia Sara se siente como él, un ser atrapado en la isla que supone su casa, con una madre que no le deja en libertad para vivir, sentir, crear, observar, ser… crecer, en definitiva, libremente, como ella quisiera. Eso sí, a diferencia de Sara, el náufrago de creado por Defoe puede vivir toda una aventura.
Porque eso es precisamente lo que estos dos personajes tienen en común con el de Caperucita Roja: viven una gran aventura que les permite escapar de su vida.

“Aunque no tan distintas, porque la aventura principal era la de que fueran por el mundo ellos solos, sin una madre ni un padre que los llevaran cogidos de la mano, haciéndoles advertencias y prohibiéndoles cosas. Por el agua, por el aire, por un bosque, pero ellos solos. Libres. Y naturalmente podían hablar con los animales, eso a Sara le parecía lógico. Y que Alicia cambiara de tamaño porque a ella en sueños también le pasaba. Y que el señor Robinson viviera en una isla, como la estatua de la Libertad. Todo tenía que ver con la libertad.”

Y es que, al margen de referencias literarias, la libertad es el tema principal de este relato. Libertad para que Sara descubra el mundo por sí misma, de tomar sus propias decisiones, de equivocarse, de levantarse, de crear palabras y mundos imaginarios, de viajar hacia la madurez disfrutando del camino de la infancia. No en vano la acción se sitúa en Manhattan, una isla permanentemente vigilada desde su atalaya por una Estatua de la Libertad que tiene también su buena parte de protagonismo en esta historia.


Caperucita en Manhattan, Carmen Martín Gaite, 1990

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