miércoles, 13 de enero de 2016

ATXAGA Y LAS VACAS CON MEMORIA, por Manuel Valero Gómez



Memorias de una vaca, objeto de las palabras siguientes, es una lectura redonda que invita – tanto al joven como al adulto – a una complicidad secreta con su protagonista. Mo, vaca simpaticona, de pensamiento alegre y vitalidad desbordante, escribe sus memorias a lo largo de un viaje que no será más que el viaje de nuestras propias vidas. De temas concretos y sentimientos identificables, el tema del libro consiste en los obstáculos que, Mo, debe afrontar a raíz de sus andanzas. Gracias a esta novela publicada en El Barco de Vapor en el año 1992, Bernardo Atxaga (Guipúzcoa, 1951, pseudónimo de Joseba Iraza) reafirma el Premio Nacional que consiguió un par de años antes con Obabakoak (1989). Memorias de una vaca representa un peldaño significativo y peculiar dentro del género infantil y juvenil de nuestro territorio. Si bien está calificada como una obra de carácter juvenil (a partir de 12 años), la profundidad del mensaje, la novedad del trasfondo tratado (la Guerra Civil Española), así como la intertextualidad elevada (por ejemplo, la cultura popular o Rimbaud y Villon) son argumentos suficientes para pensar en su ambigüedad o, al menos, vertiente destinada a los adultos.

Tanto Memorias de una vaca como el historial literario de Atxaga (poesía, relatos, novelas, etc.) han sido suficientemente tratados por la crítica. Sin embargo, no podemos dejar de insistir, por ejemplo, en una estructura narrativa destacable. Mediante una secuencia pausada y atractiva, el escritor plasma una historia intrigante y, a la par, de ritmo ágil. De ahí que podamos hablar de Balanzategui, del Gafas Verdes y la monja Pauline Bernadette, entre muchos otros, como señuelos argumentales gracias a lo cuales se mantiene viva la llama del interés. Los juegos temporales del narrador entre el presente y el pasado, así como algunas cuestiones éticas (díganse la conciencia, la soledad, el amor, las relaciones sociales y la autoestima) hacen de este libro un ejemplo interesante para la discusión y reflexión entre los lectores más jóvenes.

Bien mirado, y haciendo una valoración que se introduce en el terreno de la didáctica, Memorias de una vaca puede tener gran utilidad en la formación del lector literario. Es decir, puede ser una buena herramienta para facilitar el paso del lector infantil a juvenil. Ya no se trata de una, digamos, tonta lectura de carácter infantil – aunque, si uno ha leído el libro, sabrá que muchas vacas son tontas – sino que ahora la comprensión se llena de matices y se fundamenta en valores como la posibilidad de elegir, el medio rural y la capacidad analítica. Este asunto se refleja en la huida de Mo junto a La Vache qui Rit, gran amiga de la protagonista, o en el año que Mo pasa vagando sola por el monte. En definitiva, estamos ante una obra cumbre del género infantil y juvenil que es muy atractiva porque tiene muy presente un doble juego con el universo adulto. Desde luego, estos casi cincuenta años de trayectoria literaria de Atxaga no han pasado desapercibidos debido a obras como Memorias de una vaca. El didactismo se extiende de principio a fin en este libro perfilando así la presencia de los maquis o la elección entre la confortabilidad de la hierba asegurada y aquellos caminos más personales y arriesgados. Pese a que muchas vacas son desmemoriadas y tercas, el mensaje parece claro: las vacas no son tontas, las hace tontas el lector.       

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