martes, 12 de enero de 2016

Reseña: “Marcelino Pan y Vino” de José María Sánchez-Silva

Monica Zaffino


Editorial: Susaeta
Año de publicación: 1981
Portada e ilustraciones: Adolfo Calleja
Páginas: 82


José María Sánchez Silva, nacido en Madrid en 1911, fue el único escritor español que en 1968 recibió la medalla Hans Christian Andersen, importante premio de la literatura infantil y juvenil.
Huérfano desde los diez años, tuvo una vida muy difícil: después de la muerte de la madre tuvo que vagabundear por las calles de la ciudad hasta que ingresó en un instituto para huérfanos y niños con dificultades económicas.
Publicó su primer libro de cuentos en 1934 pero consiguió la fama en 1953 con Marcelino Pan y Vino, libro traducido prácticamente a todos los idiomas y que alcanzó una gran difusión internacional, junto a la versión cinematográfica homónima, rodada en 1955 por el húngaro Ladislao Vajda,  que se convirtió en uno de los grandes éxitos del cine español y no sólo. Entre otros galardones, recibió el Premio Nacional de Literatura “José Antonio Primo de Rivera” y el de Periodismo “Mariano de Cavia”.

Ambientado en la época de la invasión napoleónica de España, Marcelino Pan y Vino cuenta la historia y las aventuras de un pobre niño abandonado al nacer en frente de la puerta de un convento de doce frailes franciscanos, que considerándolo un tesoro precioso, deciden hacerse cargo de él. Bautizan al niño y lo llaman Marcelino, como el santo del día en el que lo encontraron; lo crían con la leche de una cabra (qué será una de las compañeras de juego del niño) y le dan todo el amor y el cariño del mundo. Le enseñan a conocer y a rezar a Dios, pero le dejan también la libertad de jugar con su amigo invisible Manuel y con todos los animalitos del jardín, como el gato Mochito y la cabra nodriza, y de correr y conocer el mundo a través de las frecuentes salidas al pueblo de los frailes.
El niño representa una fuente de alegría y de entretenimiento para el convento pero también el pesar de los buenos frailes, ya que sus robos de fruta en la huerta y sus trastadas en la cocina o en la capilla les da muchas preocupaciones; sin embargo todos le quieren como a un hijo y a un hermano al mismo tiempo.

El pequeño Marcelino sólo tiene una prohibición: no puede subir las escaleras de la troje y del desván, ya que son muy imperfectas y peligrosas para un niño pequeño como él. Pero el niño muy curioso de saber lo que se esconde allí, desobedece y sube con la ayuda de un palito y con su amigo Manuel. Abriendo la puerta del desván, encuentra a un hombre semidesnudo en una cruz; lo que descubre lo asusta un poco al principio, pero luego, día tras día, el niño entiende que aquel hombre es Jesús personificado, aquel Jesús de quien siempre oía hablar en el convento y que gracias al milagro del amor se había hecho carne. Marcelino decide entonces traerle cada día mantas  para que no tenga frio y comida, sobre todo pan y vino, para que no tenga hambre. En él reconoce un amigo sincero: el niño le habla, le cuenta sus problemas, sus angustias y sobre todo su deseo más grande. Aquél deseo que por fin podrá hacerse realidad.

Como el mismo autor afirma, el origen de Marcelino Pan y Vino es una historia contada repetidamente por su madre cuando él era pequeño. Gracias al personaje de Marcelino y al amor incondicionado que el huerfanito demuestra al Señor, Sánchez Silva logra conmover a los niños e incluso a los adultos con un relato que, después de su lectura, deja algo en el corazón y en el alma de todos.
Se trata de un cuento escrito “como quien lava”, que pretende narrar con un lenguaje claro y sencillo, adapto para los niños de todas las edades, una historia cristiana “dulce y suave”, “preñada de la idea de la muerte” que nos enseña que lo más importante que se tiene que hacer en nuestra vida es creer en el amor y en las palabras de Jesús, dejarnos apretar en su abrazo cariñoso, para que luego, cuando llegue el momento, seremos capaces de morirnos con serenidad en su abrazo para volver a ver a nuestros familiares, a nuestros queridos y al Señor, exactamente como hizo el pequeño Marcelino.


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