viernes, 8 de enero de 2016

RESEÑA: CARTAS DE INVIERNO DE AGUSTÍN FERNÁNDEZ PAZ
Javier Sánchez Mesas 
LA FORMACIÓN DEL LECTOR LITERARIO EN LA EDUCACIÓN SECUNDARIA OBLIGATORIA Y EL BACHILLERATO
Grupo 1

Máster  en Profesorado de Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato, Formación Profesional y Enseñanza de Idiomas


Con un argumento que parece simple, tres personajes (y alguno que otro más) y una mezcla entre narración, pseudodiálogo y género epistolar, Agustín Fernández Paz nos mete de lleno en el corazón de la más pura Galicia con su libro Cartas de invierno, una obra leída por muchos de nosotros durante la Educación Secundaria Obligatoria y que nos sigue atrapando de la misma forma; da igual qué edad tengamos. 
La obra comienza creando un micromundo en esa casa de Doroña, donde los tres protagonistas, Xavier, Adrián y Tareixa, van a ser, valga la redundancia, protagonistas de cada una de las particiones que establece la estructura de la obra, es decir, un total de tres. El empiece da lugar con Tareixa y será con quien cierre la obra. De este modo, tendremos la secuencia argumental siguiente: Tareixa, Xavier, Adrián, Xavier, Tareixa. Esto implica que estas tres historias acaben superpuestas y la novela termina tal y como empieza, con Tareixa. 
Lo que está claro es que esta obra engancha tanto a los jóvenes como a los más mayores por su argumento. Fernández Paz sabe cómo introducirte en ese mundo para que no quieras salir con ese argumento de misterio que hace que nos sintamos dentro de un thriller. Así pues, la historia destaca por su escasez de diálogo, aunque dicho diálogo se acaba estableciendo de forma epistolar: un emisor y un receptor que no comparten el espacio ni el momento.
El lugar en el que ocurren los hechos narrados en la novela de Fernández Paz es una casa de origen indiano, es decir, el sitio perfecto para ambientar una novela de aires de misterio y paranormalidad debido a la concepción de que lo indiano y lo precolombino siempre tienen cierta ligazón a la magia y la oscuridad. Así, Adrián, el pintor, decide que esa será su nueva vivienda para una larga temporada y abandona su querida Alemania para quedarse en su tierra natal. Debido a que Xavier, el escritor (además de ser, creemos, el alter ego del autor), se ausenta de España sin dar noticia alguna, se le acumula la correspondencia y será cuando vuelva a Galicia el momento en el que comience a leer carta por carta las desdichas de su querido Adrián.
Ruidos extraños, mensajes por el fax, notas de auxilio y socorro… Todo esto y más es lo que sufre Adrián en su nueva residencia. Llega a recibir, incluso, una nota que le indica que tiene que ir a la parte de arriba de la casa. Ello culmina tras encontrar un libro en la buhardilla donde aparece un cuadro que va cambiando, es decir, que no es estático, donde aparece una joven justamente en una de las zonas de la casa. El pintor sigue contando todos los hechos a su amigo mediante cartas sin obtener ninguna respuesta hasta que se da cuenta de que detrás de la cocina hay una habitación secreta con un oscuro pasadizo en el que parece ser que está encerrada la joven realmente, aunque esto no queda del todo claro ya que el autor siempre va a dejar que el lector saque sus propias conclusiones como veremos más adelante.
Una vez Adrián se adentra en el subterráneo, Xavier deja de recibir cartas y prepara todo lo necesario para ir en su búsqueda de forma segura y su hermana será quien reciba las cartas de Xavier tras su desaparición, pues sufre el mismo destino que Adrián. 
Aun siendo un tanto escéptica al principio, Tareixa lee las cartas de su hermano y las de Xavier, ve las fotos que Adrián realizó al cuadro de la joven y se dirige acompañada por uno de los policías a la casa misteriosa, pero antes de llegar se había prendido fuego y no había quedado prácticamente nada, salvo unos días después, que será cuando Tareixa se encuentre el susodicho libro y visualiza algo que no se nos describe hasta que lo quema con el fin de que su hermano y la persona de la que estaba enamorada descansen en paz.
A modo de conclusión, podemos decir que Cartas de invierno puede llegarnos a recordar a la metáfora de que el arte no está muerto ni es estático, sino vivo. ¿Quién no ha visto alguna vez a La Gioconda sonriendo un poco más o un poco menos según la mirábamos? ¿Quién no ha sentido que Velázquez clava su mirada en la nuestra con sus Meninas? De todas formas, ya decía Óscar Wilde que el arte imita a la vida. Creo que este autor podría llegar a ser incluso alguna de las referencias pictórico-literarias para la realización de la obra por aquello del cuadro que cambia con el paso del tiempo, al igual que el cuadro del libro encuadernado en piel. Asimismo, los dos protagonistas masculinos, Adrián y Xavier, son el tinte bohemio perfecto para un libro como este donde la escritura y la pintura van de la mano por un camino lleno de historia, intriga, agonía, escepticismo y, por qué no, desconocimiento. 

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